Ella no prepara un té. Ella invoca.
Sus dedos conocen cada hoja,
y cada hoja le susurra un secreto.
Al calor del agua, se inclina en silencio.
El cuenco entre sus manos no es una taza…
es un cántaro de memoria antigua.
Echa pétalos, cortezas, raíces.
Los vierte no con prisa,
sino con ternura, como quien deja una ofrenda.
Mientras el vapor asciende,
ella murmura palabras invisibles.
Nadie la ve, pero en ese instante
la alquimia se cumple.