Quién soy: El alma tras la alquimia
Me llamo Muriel.
Así se llama el pueblo donde nació mi padre,
así me sigue llamando mi alma cuando susurra bajito.
Y así quiero que me llames tú, si llegas aquí con respeto y corazón abierto.
Soy mujer de fuego lento.
Recojo lo que otros pasan por alto:
una hoja seca en la vereda,
un recuerdo que huele a lavanda,
una lágrima antigua escondida en la raíz de una planta.
Lo convierto en palabras, en brebajes, en señales.
Vengo de los márgenes.
Del saber que no enseñan en escuelas.
Del arte de mezclar lo invisible con lo visible.
Del susurro de las piedras,
del lenguaje secreto de las infusiones
y de los conjuros cotidianos que salvan el alma sin hacer ruido.
En mi casa, el agua siempre estuvo viva.
Mi madre decía que el té debía reposar como una pena antigua.
Mi abuela, que había que añadir las hojas en silencio para que no se asustaran.
Yo crecí oliendo el vapor con los ojos cerrados,
como si el alma pudiera inhalarse.
No lo sabía entonces, pero ya estaba aprendiendo a preparar el mundo por dentro.
He estudiado mucho, sí.
Naturopatía, fitoterapia, aromaterapia, astrología…
Pero mi saber más profundo no se encuentra en los títulos.
Está en las noches en vela con una vela encendida.
En los inviernos de silencio.
En los días en los que me bebí a mí misma en una taza y decidí volver a empezar.
Durante años recogí con mis propias manos las plantas que ofrecía.
Salía al campo en cada estación del año, siguiendo los ciclos,
y las secaba yo misma como se debe hacer: con respeto, con sombra y con paciencia.
Preparaba mezclas personalizadas para dolencias, para emociones, para personas concretas.
Las empaquetaba en papel como quien envuelve una promesa,
o las vendía a granel en la herboristería que regentaba,
una de las últimas que conservaban aún alma de botica de antes.
Pero llegaron las leyes que impusieron el envase estéril y la mezcla ajena.
Me prohibieron nombrar lo que sabía, preparar lo que sanaba,
y la herboristería cerró como se apaga una vela no por falta de fe,
sino por exceso de normas sin alma.
Entonces decidí dedicarme a aquellas terapias que ningún laboratorio podía censurar.
Y seguí mi camino…
con las plantas, pero desde otro lugar.
Esta web no es un negocio.
Es un altar.
Un espacio líquido donde cada infusión es una llave,
cada nombre un eco de algo que fuiste o que serás.
Y yo estoy aquí, no como maestra, sino como alquimista de mí misma.
Como alguien que sigue buscando,
que no vende certezas,
pero que sí te puede preparar una taza caliente con lo que queda cuando todo arde.
Si has llegado hasta aquí, quizá no ha sido por casualidad.
Quizá necesitabas recordar algo que habías olvidado.
O encontrar un rincón donde nadie te exija ser otra cosa que lo que eres.
Bienvenida a mi templo líquido.
Aquí no se compra.
Aquí se honra.
Con ternura antigua,
Muriel